Estando todavía en la uni comenzamos a oír hablar de teléfonos inteligentes. ¿Te acuerdas? Pero como muchas otras palabrotas, lo normal era que nos lo vendieran como smartphones. Y ya sabemos que todo suena mejor en inglés. Y también que somos capaces de repetir un palabro sin tener ni idea de lo que realmente significa, aceptar la moda e ir corriendo a pillar “el último modelo de”. En mi caso no fui yo mucho a la vanguardia del tema y estuve, creo que sigo estando, usando tecnología discreta, fuera de la moda. Sí que me llamaba la atención el concepto de I.o.T (Internet of Things), internet de las cosas. La idea de un hogar programable. No sé por qué pero en mi cabeza se unía mi, de aquellas incipiente, fascinación por sistematizar y Flubber (sí, la peli). En las versiones más recientes de hogares autorregulados hablamos de domótica. Y hasta hace más bien poco el gran atractivo en el imaginario era controlar tu casa desde la palma de tu mano. Con un móvil podías encender la calefacción antes de llegar a casa. Si vives en Canarias no hay problema, también te prometen encender el aire acondicionado. Pero hoy se nos señala como punto de inflexión tener hogares que son capaces de adaptarse con mínima o nula acción de nuestra parte. Ellos saben. Recuerdo ver una demostración en El Museo Elder de la Ciencia y la Tecnología de su Casa Inteligente.
Recomendable. De lo que más me llamó la atención fue el hecho de construir sistemas que detectan si te has caído y avisar a emergencias sin intervención humana:
Te caes. No respondes. Hay un problema. Avisamos a una ambulancia.
Cuando hablamos hoy de que la Inteligencia Artificial es capaz de crear hogares inteligentes, hablamos de ese gran cerebro, ese “ente consciente” que se adapta a nosotros y nos protege, nos entiende. No estamos solos. Otro recuerdo que tengo fue la complicidad con mi mujer, en un momento de la presentación de la hipervivienda. Ese momento en el que se cruzan las miradas y sabes exactamente lo que el otro está pensando: “no tenemos para comprarnos un piso de los normalitos… ¿cuánto sale uno de estos?”. Pero eso es otra historia.
En el sector digital, las grandes empresas habían visto un reto novedoso que parecía insalvable: analizar la cantidad ingente de datos disponibles. Aún recuerdo que en la carrera se nos formaba en técnicas de entrevista telefónica, y que el puesto al que ibas de becario era llamar por teléfono para recabar información en estudios de mercado. La técnica sigue siendo válida, pero a día de hoy, se usa como recurso cualificador. Es decir, no es que las empresas sigan necesitando llamarte y preguntarte directamente qué te gusta, puede que te hagan algunas preguntas para comprobar que van por buen camino con su nuevo producto. Ya no necesitan llamarte porque contigo llevas un acompañante al que le gusta chismear 24 horas al día 7 días a la semana. Es un dispositivo que probablemente uses horas. Ese dispositivo desde el que probablemente leas esto. ¿Cuántas horas has usado el móvil en los últimos 7 días? ¿Eras consciente de todas las horas que le dedicas? ¿Sabes qué información compartes con todas las aplicaciones que están instaladas en ese dispositivo? Tú no lo sabes, pero las empresas sí. Y por eso ya no les hace falta llamarte.
Además de tu biografía, las empresas tienen datos propios de su actividad y colaboraciones. Con las mejoras en programas informáticos tienen la oportunidad de tener más información de su negocio, competidores, el entorno. Y claro, donde antes no caía una gota ahora el diluvio de datos es considerable. Y se hace bola. Y parece ser que con “Inteligencia Artificial” se puede analizar y entrenar programas para realizar tareas de forma más eficiente y tomar mejores decisiones. Hablamos de modelos estadísticos, programas, tecnología que puede aunar y analizar las biografías de varios millones de personas, empresas, enciclopedias, catálogos… todo tipo de contenido en texto, imagen, audio… La capacidad, de primeras, es colosal.
Todo esto es lo que nos han contado. Todo esto es lo que a día de hoy está en cualquier manual de ventas. El problema de raíz era poder analizar más datos y aunque no todos, algo hemos mejorado.
En no pocas ocasiones hablamos del gobierno del dato como respuesta a una vorágine o a los no pocos problemas que plantea una estructura desorganizada o no bien estructurada. Sin maternos en tecnicismos. Una base de datos debe tener unos cimientos sólidos. ¿El problema? Una empresa cuando es pequeña no tiene capacidad de pensar en que puede llegar a ser un edificio de 15 plantas. Muchas son las empresas que empiezan con los cimientos de un chiringuito de playa, y luego crecen… y no hay base que aguante el tamaño del edificio. Ahí lo mejor es hablar con profesionales porque tocará migrar a otro lado. Fuera de modelos de datos, hemos podido ver también menciones a la ausencia de límites y malas prácticas del uso de nuestros datos. Desde el derecho a exigir que no te llamen a la hora de la siesta, a poder solicitar que una empresa te comparta toda la información que tiene sobre ti, etc. Cuestiones éticas aparte, un hito importante a tener en cuenta fue el Reglamento General de Protección de Datos (RGPD) en 2018. No fue una ley rápida, pero digamos que nos tocó a muchos ponernos al día y cumplir con procesos claramente definidos… y sanciones también muy bien construidas.
De todo esto, me gustaría destacar que cuando hablamos de gobierno de datos y ética no hacemos sino reivindicar el protagonismo del ser humano como protagonista.
Las oportunidades que se nos presentan son muy diversas. ¿Qué harías si fueras capaz de estudiar el doble de horas que estudias? ¿Qué harías si pudieras realizar todas las tareas de un día en media jornada?…
Imagen de cabecera: Casa Inteligente, Museo Elder