Lecciones de humildad
Sobre cómo lidiamos con nuestros errores.
El respeto no se exige, se conquista dando ejemplo.
Cocina, sector como otros muchos intrigante, complejo y, para mí, fascinante.
He tenido la oportunidad de trabajar de pinche de cocina / freganchín (kitchen porter).
En honor a la verdad he de decir que te fichan como friegaplatos pero las oportunidades para diversificar tus funciones y de promoción son ilimitadas. De este modo, puedes ser tú quien salga corriendo en medio de un turno a comprar lechuga porque no queda para hacer ensaladas, eres el responsable logístico de la despensa (¿quién va a colocar todas esas cajitas que acaban de llegar?) y ya cuando le pones voluntad puedes llegar a preparar postres, antipasti (entrantes)… Multitasking on the rocks.
Con un planteamiento muy mejorable dejé mi trabajo en Madrid y decidí irme a Londres.
Digamos que a pesar de ser licenciado en Sociología y gozar de experiencia en investigación de mercados y marketing pues… como que no tenía demasiado fácil el poder traspasar mis conocimientos a empresas que necesitaran precisamente talento joven con mi perfil. No veía opciones que me permitieran mejorar a nivel profesional.
Una vez ya por tierras anglosajonias, como mi inglés era insuficiente, los cursos gratuitos eran horribles y no podía pagarme formación en condiciones, decidí invertir las tornas y que me pagaran por aprender inglés. ¡Se me ocurrió a mí solo eh! No fui el único y no lo inventé yo, pero lo que me propuse fue encontrar un trabajo en el que tuviera que usar el idioma. Es una versión particular de lo que algunos llaman inmersión lingüística misturado con “thinking out of the box” (ser creativo, romper esquemas para solucionar un problema).
Me voy a saltar un par de capítulos y me voy al momento en el que he logrado que me paguen por aprender inglés y he aguantado más de 72 horas en un puesto de trabajo.
Por aquel entonces ya estaba mejor situado. Londres es algo más grande que Madrid, los coches van por el lado equivocado de la carretera, tienes guaguas de 2 pisos y salvo el aire, el resto es todo mucho más caro.
Los trabajos en las cocinas en las que aguanté eran negocios pequeños: de cara al cliente equipo de 1 manager con 2-3 camareros y en cocina 1-2 cocineros con un pinche.
Solíamos ser yo (fichaje estrella) y el cocinero que tocara ese día. Aparte de eso, algo que me sorprendía era el gran salto que había entre quienes hacían de comer y quienes limpiábamos la m—–… entre quienes nos encargábamos del resto de tareas.
Una regla de oro que parecía repetirse era que un cocinero se podía manchar las manos, sí, pero nunca pasar el muro invisible que separaba su área de trabajo para llegar a la zona oscura del fregadero, lavavajillas, despensa… eso era un reino del que tenía yo poder y acceso exclusivo para mi uso y disfrute.
Aquel día Anastasia Ivanova, “Ana” para los amigos, estaba al mando de los fogones.
Era una tarde con muchísimo trabajo y a Ana se le quemó el ragú (yo en mi infancia lo había conocido como carne en salsa, riquísimo).
Cuando estás con el restaurante abierto y no paran de entrar comandas, tu objetivo es sacar platos lo más rápido posible. Así que lo que hizo Ana fue quitar el mostrenco del fuego, ponerlo en un lugar seguro y seguir sacando platos a la velocidad de la luz.
Yo durante el servicio me centraba en que hubiera platos y cubertería, y ya veía que me iba a tocar de premio lidiar con el maltrecho ragú al cerrar la cocina. Me pagan por ello así que… no cabe queja.
Seguimos sin parar hasta que la cosa se calmó.
Restaurante lleno, clientes comiendo…
Aproveché mi pausa de 15 minutos para cenar: pizza margarita con albahaca y aceitunas negras, la divides en 2, la enrollas, y la bajas con un capuccino tamaño bañera por si te añurgas.
Una vez superado el pico de trabajo, a mi vuelta tocaba ir recogiendo y cerrar.
Al volver les juro que me habría esperado de todo menos lo que vi: Ana estaba limpiando el caldero en el fregadero. Con sus manos. Siendo cocinera.
¿?
Estaba en shock.
En mi rudimentario inglés logré decirle algo así como:
¿Pero qué haces? ¡Deja que lo hago yo!”
a lo que ella me respondió:
«Es mi ragú. Fue mi error. Yo lo limpio»
Después de esto es cuando venían un par de páginas de cómo te podías llevar esto a tus quehaceres diarios en lo profesional. Pero hoy he decidido cargármelos y que seas tú quien piense si esto es una chorrada o algo que puedes poner en práctica y crear equipo.
Posdata, es probable que en la lectura te hayas encontrado con algún palabro que se sale de lo estándar. En este caso, guagua es autobús, y añurgase según la RAE es añusgarse. El gran antropólogo Manolo Vieira definió añurgarse como:
Justo el momento en el que usted después de varios intentos para tragar el bolo alimenticio lo logra con mucha dificultad y luego siente que le cae con dolor lentamente por la espalda, es cuando con avidez reclamas: ¡A-ua!
Y si nunca lo han escuchado, aquí un regalo p’a las risas: