El cafelito mañanero de hoy va sobre estudiar, aprender y compartir lo que sabemos.
No hay pregunta tonta. La única pregunta tonta es aquella que no hacemos porque no queremos que nadie piense que somos tontos.
¿Te da miedo ser la persona que menos sabe de la sala? ¡Por qué? ¡Te has planteado lo que eso significa? ¡Eres quien más tiene que aprender! Aprovecha la oportunidad, exprímela. Exprime cada segundo. No tengo yo mucho problema en ser el que menos sabe del equipo. Es más, durante no mucho tiempo fue precisamente lo que busqué de forma intencionada precisamente por eso. Si me rodeo de gente que sabe más que yo, podré aprender y hacerlo más rápido. Y al contrario, en situaciones en las que era yo quien más sabía del tema, aprender y mejorar me resultaba más difícil. El desgaste era considerable porque me generaba ansiedad vaciarme y no dejar reserva para aprender.
Enseñar, como toda comunicación, implica escuchar y no ha de ser nunca un “yo te suelto la charla porque soy listísimo”.
Como parte de lo que podríamos llamar “carrera”, lo crean o no, fui formador y luego formador acreditado encima, con certificado y todo. Sobre la etimología de carrera ya hablaremos otro día, lo que sí es cierto es que gran parte de lo que he hecho ha sido correr, pero de eso tal vez les comparta en otro momento.
Ahora, sobre la parte de formación como oficio y a tiempo completo, me tocó impartir cursos de formación en tecnología a personas que querían aprender a usar un programa en concreto. Las motivaciones eran varias, en ocasiones se trataba de facilitar la reinserción al mundo laboral, en ocasiones facilitar a equipos la transición de un programa a otro, en ocasiones simplemente gente con curiosidad que quería saber más. De las primeras lecciones que pude reconfirmar más que aprender fue que las sesiones basadas en una persona “experta” que da formación a los “ignorantes en la materia” se queda corto, muy corto. Muy corto nivel mediocridad. Nunca me gustó, como estudiante, verme atrapado en ese tipo de situaciones. De joven, en las innumerables caminatas que hacíamos, recuerdo que la forma de caminar en grupo establecía que los más lentos marcaran el paso y los que mejor iban fueran al final del grupo. Y así hicimos cientos de kilómetros. Ahora que tenía la oportunidad de ser yo quien “daba la lección” aproveché para poner el foco en identificar cuál era el nivel más bajo, consolidar al grupo en torno a ese punto y llevarlo hasta el momento de certificación.
Este cambio exigía invertir aún más esfuerzo y energía, porque ya no se trataba de repetir un temario de cientos de páginas y guías de ejercicios concretadas a nivel de click (sí, cada click estaba especificado y concretado de botón a botón) que había automatizado sino gestión de un equipo, darle voz y capacidad de preguntar a todos y cada uno de los asistentes. Y algo que recuerdo muy claro clarinete a día de hoy es la pregunta que un día una compañera asistente al curso me hizo y me exigió no ya sólo investigar y experimentar… sino que no supo responderme ninguno de mis colegas ni formadores con décadas de formación en la herramienta.
NUNCA desprecies el valor de quien pregunta sin experiencia, porque puede aportar un punto de vista nuevo en el que no has caído.
A la hora de preparar las sesiones había un elemento dinámico que era saber quién asistiría. Conocer sus motivaciones, experiencia laboral, conocimientos técnicos, empresa… En marketing digital una de los términos sobre los que más se ha escrito y se escribe es ese de la “personalización”, pues bien, digamos que de eso se trataba. De forma sistemática aunque no automatizada. El hecho de plantearte con quienes vas a compartir hace que la situación mute de monólogo a diálogo desde ese preciso momento. Cada persona es única, al igual que cada grupo lo es. Algo que me harté de repetir y compartir era precisamente que
“el temario es siempre el mismo, pero no hay dos cursos iguales”.
Eso me fascinaba, me alegraba y me motivaba. Estoy muy agradecido de haber podido vivirlo.
Desechar el paradigma de “yo he venido aquí a sentar cátedra porque soy el experto” te das cuenta de que todos hemos sido estudiantes. El hecho de dar clases no te convierte en buen formador. He tenido oportunidad de tener profesores que eran, honestamente, muy buenos en su materia y eran, honestamente, formadores horribles. Con ello te das cuenta de que un experto puede ser un profesor pésimo y que un buen docente es aquel que ha llegado a dominar el arte de aprender con su audiencia.
Un buen profesor, facilitador como me gusta entenderlo a mí, es quien no sólo comparte lo que sabe sino que motiva y quien logra que creas que puedes hacerlo.
Una de las asignaturas más duras que tuve en la carrera era anual. Nos jugábamos todo a un examen en Junio. Bromas pocas. A parte de estudiar a diario desde el comienzo del curso pasando apuntes a limpio y leer como si no hubiera un mañana, empecé a preparar el examen en Febrero. Hablo de clases de hora y media en las que no parábamos de pillar apuntes. Literal.
El profesor ha sido el único con el que me he encontrado que desde el segundo día de clase nos llamaba a cada uno de nosotros por nuestro nombre. ¡Y yo soy horrible para recordar nombres! ¡Dios!
Después de un invierno duro, con la llegada de la primavera, le propusimos dar la clase fuera del aulario y nos dijo que sí. Yo ahí descubrí que al césped era mejor ir a hablar y recostarse que a pillar apuntes. Pero tengo la foto mental de ver al profe, dando clase al mismo tiempo y con una sonrisa, impartir la lección del día en el césped. No le importaba el medio, le importábamos nosotros. Era igual de bueno dentro del aula que fuera de clase en el césped.
En mis tiempos la licenciatura era un programa a cinco años que fácilmente podría haberse reducido a 3. Había materias redundantes y profesores pésimos; Economía Política de Julio Argüelles no eran ni lo uno ni lo otro.
En tu trabajo diario o posición puede que no seas formador, instructor ni profe, pero seguramente en algún momento hayas tenido que explicar algo a alguien. Desde cómo funciona la cafetera a cómo replicar plantillas o flujos de datos.
Aunque la cafetera no es moco de pavo, vamos a centrarnos en temas con relativa complejidad y nada relativa importancia como son las tareas.
Si en algún momento te ves explicando algo y nadie te pregunta nada, nunca aceptes el silencio por respuesta.
Eso te exigirá primero preguntar si se ha entendido la charlita que has soltado, pero ve un punto más allá y prepara tus preguntas para comprobar si te han entendido.
¿Alguna pregunta? ¿No? Entonces eso significa que les puedo yo preguntar el temario y me sabrán responder a cualquier pregunta que les haga.
Dando formación esto era algo que solía decirle a los compañeros cuando llegaba al final de un tema o antes de una pausa. En no pocas ocasiones el silencio se debía a la saturación y cansancio que llevaban encima, pero independientemente de ello lo que intentas es siempre ver qué tal van, si te entienden. Además, esta forma de hacerlo normalmente rompía un poco el tono, facilitaba alguna carcajada seguida de una pregunta o varias.
Una última nota en lo que se refiere a compartir información y procesos en tu equipo o empresa. Me refiero al “know-how” de bolsillo. El “aquí hacemos esto así”. “La P con la A, PA”.
Ten en cuenta que la forma más primitiva que tenemos de aprender es la imitación. Está muy bien como punto de partida, darle la bienvenida a alguien que se incorpora al equipo. Acompaña y facilita esa incorporación hasta que el compi pilota y se desenvuelve con autonomía sin liarla. Pero intenta también insuflar la consciencia de que se trata no sólo de hacer las cosas bien reduciendo al máximo el margen de error manual, sino de mejorar el proceso.
Es una pasada haber explicado algo a una compañera y que pasado un tiempo te llame para decirte “oye, que le he echado un vistazo a esto que hacemos y creo que podríamos hacer A, B, C para mejorar X, Y, Z”.
No es sólo compartir, es evolucionar con, aprender con. Una señal unívoca de que estás rodeado de buenos profesionales.
Encontrarme con eso para mí es una alegría.